¿Invertir en comunicación? El gran reto de la Iglesia en el siglo XXI.

La historia de la salvación de la humanidad va de amor, y comunicación.

Vivir en Madrid es una suerte para un católico practicante. Te pille donde te pille, andas cinco minutos y llegas a una iglesia. Con un poco de suerte está abierta y tienen al santísimo expuesto, aunque con un poquito más de suerte, te encuentras una misa a punto de empezar. A las 8h, a las 9h, a las 12h, e las 14.15h, a las 17.30… incluso a las 22h. Un lujo asiático.

Ahora bien, ¿Qué pasaría si toda esta información no estuviese accesible? Genial que haya tantas parroquias y tantas misas, pero si no está la información en internet o en alguna app, ¿Cómo puedo enterarme de ello?

Digamos que alguien se ha tomado la molestia en generar un espacio donde esta información esté al alcance de todos. Ahora bien, ¿es suficiente?

¿Qué pasa si quiero apuntar a mis hijos a catequesis? Voy a la parroquia de mi barrio y quizás la encuentre cerrada, o quien debe darme la información no está. Llamo por teléfono y como el despacho está cerrado por las mañanas, no consigo dar con quien me puede atender.

Y como esta, una cantidad interminable de obstáculos para poder acceder a la información básica de cualquier realidad de las parroquias. Falla la comunicación.

Para quienes estamos en este doble sector (sector iglesia / sector comunicación) solemos tener un lamento continuo. Lamento señalado con facilidad, pero al que no se le da solución. Somos los enamorados del “Hay-que”. Hay que “hacer un Instagram para que la gente se entere”. “Hay que comprar nuevos micrófonos que lo que hay no funciona”. “Hay que hacer un grupo de WhatsApp para que las familias…”.

De manera voluntaria aparecen muchas iniciativas, pero que mueren acompañados de frases como “ay, que ya no tengo tiempo”, o “ay, que lo haga este que es más joven y sabe del Instagram y eso” o “ay, que lo haga el cura que para eso le pagan”.

La comunicación es una realidad que siempre se subestima. Una profesión de prestigio que muere cuando en la parroquia “alguien abre un Instagram y todo solucionado”.

¿Alguien se ha planteado alguna vez que, si a la fe católica le quitamos los sacramentos, nos quedamos con meros speakers que montan un numerito y hacen una prédica? Y ojo como la homilía dure más de 10 minutos, pobre sacerdote.

La iglesia es la mayor empresa de la historia de la humanidad, con el mensaje vital más importante. No digo que nos cueste evangelizar a quienes están en las afueras: si solo fuera eso.

¡Ni siquiera cuidamos la comunicación entre los católicos!

Si nos remontamos a la época de Jesús y sus apóstoles, me surge la siguiente duda:
¿Cómo era posible que más de 5000 hombres sin contar mujeres y niños se enterasen de que Jesús iba a dar un sermón magistral en pleno monte? (Mt 14, 13-20).

¿Cómo se enteró el funcionario real de que había alguien por la comarca con capacidad de curar a su hijo? (Jn 4, 46-54) O ¿Cómo se enteraron los discípulos del Bautista de los milagros que hacía Jesús? (Lc 7, 18)

Aunque el evangelio no lo indique directamente, está claro que la principal labor de los apóstoles era la de difundir la buena nueva: movieron cielo y tierra para que la palabra de Dios llegase a los confines del mundo.

La historia de la salvación de la humanidad va de amor, y comunicación. ¿Qué posibilitó la existencia de lo creado narrado en el génesis? La palabra. ¿Qué posibilitó la curación de tantos enfermos, qué motivó a tantos seguidores, qué impulsó a Pedro caminar sobre las aguas? Su palabra.

Estamos ante una evidencia: la iglesia primitiva no escatimó recursos y esfuerzos en comunicación. Hagamos hoy lo mismo.

Un sembrador salió a sembrar (…). Lc 8, 5-15.

En el mundo en el que vivimos, la iglesia necesita la comunicación en muchísimas de sus realidades:

  1. Para empezar en su propia transparencia. La cantidad de personas que no quitan el ojo a lo que hacemos o dejamos de hacer. Ayudemos, facilitemos la información que habla de la magnifica transparencia de la Iglesia.
  2. Ayudemos también a mostrar los servicios que cada parroquia tiene, las comunidades o grupos de vida en los que poder participar, las noticias que hablan de la buena obra de cada una de nuestras parroquias, facilitemos el acceso a donativos, etc.
  3. Es crucial entender que tanto niños como mayores acuden a la iglesia, y cada uno de ellos necesita un canal de información particular. ¿Acaso un niño de primera comunión sabe seguir al dedillo la misa? O un hombre de 70 años, ¿se enterará por Instagram de la próxima hora santa de la semana? Nuestra comunidad necesita que pensemos en ellos, igual que hace Dios con cada uno de nosotros: se encuentra con cada uno de manera particular.
  4. Una buena comunicación hace de atractivo a quien “pasaba por ahí”. Un buen tablón de anuncios en la entrada de la iglesia, o una buena megafonía, etc.

Existen cientos de ejemplos que podrían servirnos para mejorar en comunicación, pero lo más importante de todo es dejar hacer al que sabe.

Un monaguillo no está cualificado para celebrar la misa, por muy de memoria que se la sepa. Un profesor de lengua, un ingeniero de montes, o un abogado no son especialistas en comunicación, y mucho menos en comunicación eclesial.

En Santo y Seña estamos ilusionados por ser una realidad tangible dispuesta a ayudar a la iglesia en la comunicación. Desde generación de herramientas de comunicación (webs, contenidos, newsletters, boletines, imprimibles), mejoras de sistemas de audio y streaming en las parroquias, incluso en formación en comunicación institucional. Hoy, podrías ser tú quien necesite ayuda.  

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